“Otro corte de caja”

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El Dr Víctor Rodríguez Padilla, especialista en economía y política de la energía, publicó el pasado 27 de julio en la revista Energía Hoy, su versión sobre el panorama energético nacional generado en los últimos seis años.

Una visión aguda y contrastante frente a las visiones presentadas esta semana de las cuales damos cuenta hoy, (producción de energías renovables) y la generada el pasado martes, (energía fotovoltaica).

Por su relevancia y por generar opiniones diversas, damos cuenta en esta entrega de su artículo titulado “El Sexenio del Desastre”, a un poco más de dos meses de haberse publicado, la esencia de sus reflexiones sigue vigente, pero para algunos, nunca lo fue.

 

Dr. Víctor Rodríguez Padilla
A continuación, el texto del Dr. Rodriguez Padilla.

Foto: Universidad Nacional Autónoma de México. Facultad de Ingeniería.

Al sector energético nunca le había ido tan mal como en este sexenio. Imaginando que las mejores empresas del mundo estaban llegado a México para hacerse cargo, Enrique Peña Nieto soltó el timón y se dedicó al festejo, descuidó sus obligaciones más elementales: cuidar los bienes de la nación; mantener en buen estado máquinas e instalaciones; renovar reservas y ampliar sus horizontes; remplazar infraestructura en mal estado; refinar lo suficiente; equilibrar cadenas productivas, así como utilizar instrumentos y recursos públicos con eficacia, eficiencia y honestidad.

La administración se dice responsable, pero el manejo del sector energético ha sido todo menos eso, en el mejor de los casos ha sido errático, descuidado e indiferente, cuando no expresamente negligente y deshonesto. Y no hay excusa ni pretexto. Con o sin reforma energética el gobierno federal era y sigue siendo el principal suministrador de energía en México. De ahí que la devastación sea su culpa, de nadie más. Peña Nieto está al mando de las empresas, los reguladores, las autoridades y los institutos de investigación, [1] también controla a la mayoría en el Senado y la Cámara de Diputados. Ha tenido casi todo de su lado para hacer las cosas bien, pero ha hecho exactamente lo contrario. Ya se va, pero deja un páramo desolado. Es cierto que el precio del petróleo se vino abajo, pero las cotizaciones ya se han ido recuperando; también es cierto que de manos de Felipe Calderón recibió un sector energético en no muy buenas condiciones, pero ahora lo entrega desquebrajado, todo maltratado y vulnerable.

Para ganar la elección presidencial y más tarde legitimar la reforma energética Peña Nieto hizo promesas inimaginables: menores precios del gas y la electricidad, de los fertilizantes y los alimentos; abasto suficiente de gasolina y diésel a precios justos; energía abundante y barata; aumento de las reservas y la producción; mayor exportación de energía; reducción de la dependencia de energéticos importados; modernización y fortalecimiento de PEMEX y CFE. Hoy, dice que México ya es una historia de éxitos gracias a las reformas estructurales, y pide no hacerles caso a los que no quieren reconocer los avances y ven un país en mal estado. Nos gustaría creerle, pero los datos duros, las cifras oficiales disponibles en los sitios electrónicos de las dependencias del gobierno federal no respaldan lo que dice el Presidente.

En el periodo 2012-2017 el precio de la gasolina se disparó: la magna subió 47.5 por ciento y la premium 48.5 por ciento. En la frontera norte fue peor con aumentos de 44.8 y 68.7por ciento. También subió el precio del gas LP (45.1 por ciento) y el gas natural en sus tres presentaciones: residencial (47.5 por ciento), industrial (48.5 por ciento) y comercial (49.4 por ciento); son cifras a precios constantes de ahí que el aumento en precios nominales haya sido más importante.

Las tarifas eléctricas para el sector residencial subieron en promedio 9.6 por ciento, nada excesivo en el contexto inflacionario, incluso la tarifa 1, la de mayor aplicación, bajo 0.6 por ciento; sin embargo, todas las demás subieron, sobre todo las que se aplican en climas muy cálidos, con aumentos que van del 16.4 al 32.7 por ciento (tarifas IC a 1F).

La DAC, la mal llamada tarifa de alto consumo, la que paga la clase media, subió 169 por ciento en el cargo fijo y entre 178 y 189 por ciento por la energía consumida.
También subió el precio de la electricidad para alumbrado público (32.1 por ciento), bombeo de agua potable (32.1 por ciento), bombeo agrícola en alta y baja tensión (291 y 253 por ciento), uso industrial (14.4 por ciento) y comercial (14.7 por ciento). Al iniciar el año entró en vigor una nueva metodología de la que derivaron cobros estratosféricos, rechazados con indignación y coraje por parte de los usuarios, al punto que el gobierno tuvo que dar marcha atrás por la cercanía de las elecciones.

Con Enrique Peña Nieto se perdió la independencia energética y ahora sólo llega a 84 por ciento. Las exportaciones de petróleo disminuyeron 6.5 por ciento y las de gasolina 35.2 por ciento; la caída en valor fue más estrepitosa (53.1 por ciento en crudo y 51.4 por ciento en petrolíferos). Lo que sí creció y de manera espectacular fueron las importaciones de gas natural (131 por ciento), diésel (78 por ciento) y gasolina (47 por ciento). La balanza comercial de combustibles se colapsó 255 por ciento en términos absolutos y el superávit de 11 mil 817 millones de dólares desapareció, ahora reporta un déficit de 18 mil 309 mdd, que tiene alegre a Donald Trump.

La dependencia de los energéticos traídos de los Estados Unidos se ha profundizado sobre todo en gas natural. El aumento de 224 por ciento en la capacidad de importación por ducto ha permitido ampliar el flujo en 149 por ciento, al tiempo que las compras de gas natural licuado se han multiplicado 913 veces. A partir de este año todo el gas importado llegará de Estados Unidos. Esa dependencia plantea serios problemas de seguridad energética porque México queda a expensas de un solo suministrador, con el agravante de que el producto extranjero se utiliza sobre todo para generar energía eléctrica. Si Trump ordena cortar el gas tampoco tendremos electricidad. Las centrales se podrían operar con diésel y gas natural licuado de otros países, pero a un costo exorbitante.

Por el lado de los petrolíferos el panorama tampoco es halagüeño. México se ha coinvertido en el principal cliente de las refinerías estadounidenses, incrementado las compras de keroseno (1203 por ciento), gas LP (177.6 por ciento), gasolina (108.3 por ciento), diésel (87.8 por ciento), lubricantes (69.6 por ciento) y coque (44.9 por ciento). El aumento de la dependencia es tal, que el año pasado seis de cada siete pies cúbicos de gas natural provinieron del otro lado de la frontera; en gasolina la proporción alcanzó tres de cada cinco litros y en diésel cuatro de cada seis litros. Si Trump ordena, por la razón que sea, suspender las exportaciones de energía, México caerá en una crisis de proporciones apocalípticas. Peña Nieto ha expuesto al país a riesgos innecesarios. En su estrechez piensa que la Casa Blanca nunca le hará daño a México por ser su amigo. No ha querido ver que el vecino no tiene amigos sino intereses y que la lealtad hacia México no existe y nunca ha existido. Declararse socios y aliados estratégicos es retórica, no hay garantía de nada.

En PEMEX la devastación se extiende sin fin. Desde que empezó el sexenio hasta enero de 2018, la empresa pública perdió 35.8 por ciento de las reservas probadas de petróleo y 41.3 por ciento de las reservas de gas natural; también se esfumó una buena parte de las reservas probables (-31.3 y -50.1 por ciento) y posibles (-42.0 y -65.9 por ciento). Hasta el año pasado la producción de gas natural había caído 20.6 por ciento y la de petróleo 22.8 por ciento. Ya sólo hay petróleo para 10 años y gas natural para cuatro, pero el gobierno se da el lujo de quemar cientos de millones de dólares en gas desperdiciado, que se hubiera podido evitar si el gobierno no le hubiera quitado tanto dinero a Pemex: la quema inútil en los campos de producción subió 412 por ciento entre 2012 y 2016. Reservas y producción cayeron porque Hacienda ordenó frenar la perforación de pozos exploratorios (-39.1 por ciento) y paró en seco la perforación de pozos de desarrollo (-96.1 por ciento), llevando a la ruina a las zonas petroleras de Tamaulipas, Veracruz, Tabasco y Campeche.

La refinación es otra zona de desastre. El volumen de petróleo procesado ha disminuido 50.5 por ciento y al iniciar el año las refinerías estaban funcionando al 37 por ciento. Para colmo, la capacidad de destilación atmosférica, insuficiente desde hace décadas, se ha contraído 5.2 por ciento. El gobierno no ha querido que las instalaciones funcionen correctamente porque quiere privatizarlas, pero como las ha maltratado tanto no ha encontrado a nadie que las quiera y menos con trabajadores sindicalizados, las petroleras prefieren traer la gasolina de Estados Unidos.

La fabricación de petrolíferos ha disminuido 42 por ciento y la de petroquímicos 30.6 por ciento. Los resultados del procesamiento de gas son un poco menos malos: -26.6 por ciento en la elaboración de gas seco y -23.3 por ciento en la obtención de líquidos de gas. Lo que va viento en popa es el huachicol, con un aumento en las tomas clandestinas de 531 por ciento en lo que va del sexenio. La venta tampoco marcha bien, tanto en refinados (-14.3 por ciento) como en petroquímicos (-29.6 por ciento); destaca la caída del gas LP (-40.5 por ciento) y el gas seco (-22.6 por ciento). Lo imparable es la importación de petroquímicos (75 por ciento), gas natural (62.1 por ciento) y petrolíferos (39.4 por ciento). La exportación de petroquímicos se desplomó 90 por ciento. El superávit de 20 mil 975 mdd que tenía PEMEX en 2012 se ha trasformado en déficit de nueve mil 955 mdd en 2017. La plantilla laboral se ha contraído 26 por ciento y hacia final del año sumarán 39 mil 213 los trabajadores echados a la calle.

Los resultados financieros de PEMEX tampoco son halagüeños. La inversión de capital se ha contraído 54.4 por ciente. Ni siquiera la inversión operativa se salva (-8.2 por ciento). El rendimiento de operación se ha desplomado (-88.4 por ciento) al igual que los ingresos antes de intereses, impuestos, depreciación y amortización (-58.3 por ciento). Las pérdidas han crecido 109 veces para sumar 280 mil 900 millones de pesos (alrededor de 15 mil mdd). La aportación fiscal de PEMEX cayó 63.1 por ciento por efecto de la caída del precio y la producción. La deuda total creció 159 por ciento, pero la deuda neta 191 por ciento. Debía 103 mil millones de dólares hasta el año pasado. El patrimonio, en rojo desde hace años, se hizo todavía más negativo con un decremento adicional de 455 por ciento, que lo llevó hasta situarse en -1.5 billones de pesos.

Como se ve, las cifras no respaldan la historia de éxitos que dice el presidente. ¿Qué tanto corregirá el rumbo el próximo gobierno? Mucho con Andrés, pero poco con Anaya porque su modelo energético es el mismo que el de ahora. Lo veremos en la próxima entrega.

[1] Petróleos Mexicanos y la Comisión Federal de Electricidad; los Centros Nacionales de Control de Energía y Gas Natural; de la Comisión Nacional de Hidrocarburos, la Comisión Reguladora de Energía y la Agencia de Seguridad, Energía y Ambiente; de las Secretarías de Energía y Hacienda y Crédito Público así como del Instituto Mexicano del Petróleo y el Instituto Nacional de Electricidad y Energías Limpias.

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