Una reflexión sensible e inmediata de Daniel Chacón, Director de Energía de Iniciativa Climática México, sobre el legado que nos hereda el Premio Nobel Mexicano, quien ayer retomó su viaje en esta experiencia de vida que no tiene principio ni fin.
«En esta época en que la ciencia en México se encuentra asediada por la administración federal y ha sufrido recortes presupuestarios y desaparición de sus fuentes de financiamiento, nos enfrentamos a la triste noticia de la muerte del Dr. Mario Molina Pasquel.
Personajes como Molina son prácticamente inexistentes en México.
La clase política de nuestro país ha sido especialmente indiferente a la ciencia y a la innovación tal como se refleja en el escaso porcentaje de recursos dedicados a estos campos. Pero viendo la manera como la ciencia está siendo tratada en esta administración, los pronósticos de que asomemos la cabeza en un mundo que avanza con pasos agigantados en esos sectores se hacen especialmente sombríos.
Los trabajos y méritos de Mario Molina fueron reconocidos en el extranjero hasta el punto de alcanzar el Premio Nobel.
El doctorado lo obtuvo en la Universidad de California en Berkley y sus primeros trabajos de investigación los hizo en la sede de Irving de la misma universidad. En efecto, su mayor logro fue explicar, junto con F. Sherwood Rowland, las causas de la formación del conocido “agujero de ozono” que se forma cuando esa capa protectora de la vida, que se genera en la alta atmósfera y que protege de la radiación UV, es destruida por los productos químicos que se usaban en la fabricación de refrigerantes, los clorofluorocarbones, conocidos también como freones. Su destacado trabajo se publicó en 1976 y llamó la atención del mundo científico llevando a una presión mundial sobre los fabricantes de los freones y similares para que se eliminaran y fueran substituidos por otros compuestos químicos. La presión condujo a la adopción mundial del Protocolo de Montreal en 1987. Como resultado, la capa de ozono se ha ido recuperando paulatinamente.
El premio Nobel se le concedió a Molina junto con Rowland y Paul Crutzen en 1995. Es decir, cerca de 20 años después de la publicación de su trabajo de investigación.
A partir de ese tiempo ocupó varios cargos muy importantes en diversos consejos y comités internacionales y fue invitado por el presidente Barak Obama como miembro del Consejo Presidencial de Asesores en Ciencia y Tecnología.
En esta administración no fue tomado en cuenta ni se solicitaron sus servicios para el impulso de las causas científicas y ambientales por las que fue reconocido internacionalmente. La torcida trayectoria oficial en estos campos llegó incluso a exasperar a Molina, que normalmente era muy prudente en declaraciones públicas, al grado de criticar la política de fomento al uso de combustibles fósiles y al uso de combustóleo en la generación eléctrica.
Personajes como Molina no surgen espontáneamente. Se requiere la creación de un entorno, un ecosistema, que estimule a los jóvenes a estudiar y trabajar en el campo de la ciencia, con apoyos sustantivos que faciliten su preparación. También se requiere recuperar los talentos mexicanos que se fueron a formar en el extranjero y que allá se quedaron. Si el país rechaza en los hechos la ciencia, difícilmente podrá formar los cuadros que necesitamos y será imposible recuperar el talento emigrado.
La ideologización de la ciencia que ahora sufrimos con políticas restrictivas y de rechazo al papel fundamental de los científicos, a quienes se les ha calificado de porfiristas y neoliberales, dibuja un obscuro futuro para nuestro país. Si desde el organismo que se supone fomenta el avance científico del país se aplaude la desaparición de los fondos para su operación, queda poca esperanza que los nuevos Molina se estén gestando para beneficio de futuras generaciones.
La partida de Mario Molina refuerza el sentimiento de que nos espera una larga noche».
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